Carta de Monseñor Eguren
Queridos Compatriotas: Después de haber orado y discernido, les escribo esta “Carta Abierta” ante la difícil encrucijada en la cual nos encontramos de cara a la segunda vuelta electoral. Mi amor al Perú me ha movido a hacerlo. Lo hago como un peruano más, que no quiere para su país que el totalitarismo comunista destruya nuestra libertad, nuestros derechos e independencia, aquellos que precisamente hace 200 años nos legaron nuestros Próceres y por la cual derramaron su sangre nuestros Héroes.
La disyuntiva electoral ante la cual nos encontramos ha traído a mi memoria males y peligros que pensé que nunca más volverían a aparecer en nuestro futuro como país. Ha traído el recuerdo de una ideología totalitaria que acepta que el fin justifica los medios, sin importar si éstos traen atropellos, violencia y muerte. Es la utilización de la democracia por quienes no creen en ella sino solamente en su ideología.
Cuando era un joven sacerdote me enteraba a diario con dolor y estupor de las atrocidades que cometía en aquel entonces el terrorismo demencial de Sendero Luminoso: masacres de comunidades enteras de humildes pobladores de nuestros Andes y Selva, así como de personas en las ciudades. A ello se sumaban los asesinatos de miembros de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional, y los demenciales atentados con coches bomba llenos de dinamita y anfo, de odio y muerte. En algunas ocasiones me tocó confortar espiritualmente a familias a quienes el terrorismo les asesinó o secuestró a un ser querido.
Los jóvenes de hoy no han vivido aquella época de barbarie y zozobra en las que además pasábamos largas noches sumidos en la oscuridad por el derribo de las torres de alta tensión, y nuestros padres esperaban nuestro regreso a casa sumidos en la angustia y el temor, pues no existían los celulares en aquellos tiempos.
Recuerdo que, cuando San Juan Pablo II realizó su histórico primer viaje apostólico al Perú el año 1985, regresando el 4 de febrero ya de noche de su visita a Piura y a Trujillo, Lima quedó en tinieblas por un nuevo atentado terrorista, y en la cumbre del cerro San Cristóbal se dibujó la hoz y el martillo, símbolos del nefasto comunismo, «intrínsecamente perverso» como enseñaba Pío XI, que proclama al odio y a la violencia como los motores de la historia. ¿Volverá a dibujarse 36 años después?
En 1989, fui vicario parroquial y me tocó servir pastoralmente en la zona de Ate-Vitarte, que en aquellos tiempos era un distrito con fuerte presencia senderista. Fui amenazado de muerte, exigiéndome Sendero cerrar el templo y no volver. No hice caso. Según me contaron mis entonces feligreses, por desencuentros providenciales en días y horas, los que iban a atentar contra mi vida no me encontraron.
Los comedores parroquiales de mi capilla de la Santísima Cruz de Ate, que daba alimento gratuito a los más pobres en aquellos tiempos de crisis y violencia homicida, fueron varias veces saqueados por los terroristas quienes se llevaban las reservas de alimentos para los pobres y destruían la humilde infraestructura de los comedores al grito de, “hoy es paro armado, aquí nadie cocina”, pretendiendo así amedrentar a las valerosas mujeres que se disponían a cocinar para las familias de su comunidad, pero que nunca dejaron de hacerlo a pesar de las amenazas. Jamás se dejaron robar la esperanza.
No olvidemos que el odio totalitario de Sendero Luminoso a la fe católica llevó al asesinato de tres sacerdotes por negarse a abandonar a su grey, los cuales fueron beatificados el 2015. Recientemente el Papa Francisco también ha firmado el decreto de beatificación por el martirio de la religiosa misionera María Agustina Rivas López conocida como «Aguchita», asesinada en 1990. El factor común de los cuatro era la práctica de la caridad con el prójimo y predicar en nombre de Cristo.
Para los llevados por la ideología senderista y comunista, darle de comer a los hambrientos, es adormecer sus conciencias frente a la “lucha de clases” y a la “revolución”. Para ellos, la religión es, como afirmaba Marx, el “opio del pueblo”. No nos extraña por eso su odio a la fe, a cuyo anuncio se ha forjado el Perú, y que ha sido y es fuente de unidad, amor y fraternidad entre los peruanos de todos los tiempos, de todas las clases sociales y de todas las sangres, porque sólo Cristo puede ser principio y fundamento de una auténtica reconciliación social.
Ahí está como prueba de ello la procesión del Señor de los Milagros, la manifestación pública de religiosidad popular más grande del mundo. Ahí está también, como prueba de ello, el decidido compromiso solidario y caritativo de la Iglesia en estos tiempos de pandemia con los enfermos y sus familias, y con los que hoy han perdido su trabajo y pasan hambre.
De otro lado, no olvidemos que la libertad religiosa es un derecho fundamental de la persona humana a defender, y que por encima de las ideologías y los partidos políticos, está la verdad de Cristo, plenitud de todo lo humano, y para los católicos, nuestra adhesión a la Iglesia, la cual siempre nos ha inculcado, junto con la fe, nuestro amor y compromiso con el Perú, nuestra Patria. No hay que olvidar que el 90% de los peruanos se identifica con la fe cristiana.
Soy consciente de la penuria, pobreza y miseria por la que pasan aún hoy en día millones de compatriotas que no tienen los más elementales servicios públicos, e igualdad de oportunidades para su realización personal, familiar y comunitaria. Ciertamente existe en amplios sectores sociales de nuestro país una rabia y una frustración por culpa de los malos gobiernos que hemos tenido y de un sector frívolo de nuestra sociedad que aborda la vida con superficialidad, preocupándose solamente por lo que le pasa a nivel individual, sin comprometerse con las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres.
Todo ello se ha agravado aún más por la terrible pandemia que todavía sufrimos, acentuada por la pésima gestión de los que integran el Ejecutivo, y que ha cobrado la vida de miles de compatriotas, sumiendo en el dolor y la pobreza a muchísimas familias peruanas que no tienen un acceso digno a los servicios de salud. Las desigualdades injustas y la marginación han de ser un constante incentivo para toda conciencia, especialmente la cristiana, pero no por medio de opciones de odio y de muerte.
Precisamente como nos dijo de forma profética San Juan Pablo II en Ayacucho en 1985: “Grave es la responsabilidad de las ideologías que proclaman el odio, el rencor y el resentimiento como motores de la historia. Como el de los que reducen al hombre a dimensiones económicas contrarias a su dignidad. Sin negar la gravedad de muchos problemas y la injusticia de muchas situaciones, es imprescindible proclamar que el odio no es nunca camino: sólo el amor, el esfuerzo personal constructivo, pueden llegar al fondo de los problemas”.[1]
Ver ahora que el peligro de la alternativa violentista y totalitaria de aquellos tiempos pueda hacerse del poder en el Perú en las próximas elecciones me lleva a decirles a mis compatriotas que no podemos permitir que grupos vinculados o afines a Sendero Luminoso, o acríticos a éste, puedan regir los destinos de nuestra Patria para perpetuarse en el poder y llevar adelante su agenda de división, violencia y más pobreza, bajo la falsa apariencia de formas democráticas, pero que son en verdad expresiones de la manipulación del poder y del adoctrinamiento.
¿Queremos ser otra Cuba, Bolivia, Nicaragua o Venezuela, donde la libertad sea conculcada? ¿Queremos un país sin democracia dónde la pobreza extrema llegue a niveles siderales? ¿Queremos un Perú donde nuestra fe cristiana no sea respetada y tomada en cuenta? La sangre de 70,000 muertos de la época de la delincuencia terrorista que sufrió el Perú, nos reclama no ser cómplices de la tragedia que les costó la vida. Esperemos que la sabiduría del pueblo no se vea engañada por falsas promesas que aprovechan sus frustraciones para llevarlo a un precipicio.
Los que nos han gobernado, especialmente en los últimos 20 años, tendrán que rendir cuentas, no sólo ante la justicia humana, sino sobre todo ante la Divina, por su incapacidad e indolencia para resolver los problemas estructurales del país pudiendo hacerlo, por no haber luchado contra la corrupción y/o haber participado de ella, por no haber promovido adecuadamente la justicia social en áreas tan importantes como la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, y la economía habiendo recursos abundantes para ello, y por haber envilecido la política con la mentira y el beneficio propio, cuando ésta es una de las formas más preciosas de la caridad, porque el objetivo de la política es la búsqueda de algo tan noble y elevado como el bien común.
Los peruanos iremos a las urnas el próximo 6 de junio, curiosamente en la víspera del “Día de la Bandera”, que conmemora la gesta de Arica, donde un puñado de valientes peruanos resistió al invasor hasta el último cartucho. El Coronel Francisco Bolognesi Cervantes y sus soldados hoy nos miran desde la gloria. A ellos no les preocupaba sufrir o morir. Sólo les preocupaba una sola cosa: No defraudar al Perú. Y no lo hicieron, dejándonos una de las más hermosas páginas de amor a nuestro país. Hoy sus voces nos gritan desde lo más alto del Morro: “Peruanos, hermanos, no defrauden al Perú. Vean vertida nuestra sangre y entregada nuestras vidas. No defrauden a nuestra Patria”.
Que el próximo 6 de junio, Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, fiesta de tanto arraigo y devoción en el Perú, Jesús, realmente presente en la Hostia Santa, bendiga a nuestra Patria, la libre de todo peligro presente y futuro que ponga en riesgo la paz, el orden social y los derechos fundamentales de todos los peruanos. Que Jesús Eucaristía, nos ayude a preservar nuestra frágil democracia, y con ella la libertad, la justicia, la unidad y la amistad social en el Perú.
San Miguel de Piura, 24 de mayo de 2021
Monseñor José Antonio Eguren Anselmi
DNI 07187551
[1] San Juan Pablo II, Discurso en Ayacucho, n. 3; 03-II-1985.