La silla turca: A propósito de Qatar
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Desde los tratados griegos, los escritos de Santo Tomás de Aquino (Italia 1,224–1,274) en la Edad Media y los más recientes, siempre se ha hecho una distinción entre el cuerpo, la mente y el alma.
A propósito del mundial de futbol que se juega en estos días, es siempre grato ver cómo casi ningún resultado se da por hecho. Como dicen, los partidos hay que jugarlos, resultan impredecibles y terminan siendo particularmente entretenidos y apasionantes.
Se podría decir que una primera gran tarea de cada equipo y cada entrenador es asegurarse de que los jugadores, no solamente tengan la técnica, dominen su cuerpo y puedan patear de izquierda, de derecha, con empeine, a tres dedos, etc. es decir que sean buenos futbolistas, sino que especialmente sean atletas, capaces de correr de 10 a 12 Kms. por partido a las máximas pulsaciones y no decaer en los 90 minutos que dura el encuentro.
Asimismo, es muy importante asegurarse que el jugador sea consciente que juntos son un equipo, que confíe en el resto de los jugadores, mantenga una actitud positiva y desee el triunfo. Que la mente del grupo esté fuerte a pesar de la adversidad. Que tengan el deseo de hacer las cosas bien.
Finalmente, y considero el elemento mas importante: ¿Qué esfuerzo están dispuestos a hacer los jugadores para realmente, concretar lo que piensan que pueden hacer? ¿Cuál es precio que están convencidos de pagar en busca del objetivo común, sin que nada los perturbe, sin que nada los distraiga, sin que nada los deprima, sin que nada los resquebraje en lo personal o como grupo?
Si le damos una mirada a todos los equipos después de la primera fase del Mundial, resulta especialmente llamativo el equipo japonés. Atléticamente son impresionantes, corren los 90 minutos con una determinación admirable. Correr de esa manera, no solamente es decisión, ellos trabajaron muchos años para ello. El cuerpo les responde porque se prepararon.
Como grupo, se han sabido sobreponer ante marcadores adversos. Supieron remontar escores que no les favorecían. No se rompieron como equipo. Por el contrario, se mantuvieron unidos y focalizados en conseguir el resultado. Debo suponer que cada uno estuvo contento con el desempeño de sus colegas o tal vez, ni siquiera juzgaron entre ellos su juego. Este elemento no los distrajo.
Y aquí el elemento más importante. Para ellos estaba claro, que la historia no jugaba en el partido. Para ellos, no pesó la tradición tanto de Alemania, cuatro veces campeona del mundo, ni de España, una vez campeona del mundo. En ambos casos, Japón gano 2 a 1 y remontando. Le jugaron de igual a igual. No jugaron con ese peso, ni con la idea que tarde o temprano, todo lo que hicieran iba a ser en vano.
Recordando a Sun Tzu en el Arte de la Guerra, que pretendía ganar una guerra sin pelearla, creo que el equipo japonés hace meses se quitó ese peso de encima, trabajando en descartar miedos, a no ver gigantes donde no los hay, a humanizar al adversario y a poner en valor todo el trabajo hecho en lo personal y como equipo, a ser protagonistas. En pocas palabras, lograron aprender a desaprender.